jueves, 18 de octubre de 2012

nueve de cuarenta y nueve

Así que URLizamos nuestro mundo, lo cual es un gesto histórico, históricamente enlazado,... Vanessa Place, “La alegoría y el archivo

miércoles, 17 de octubre de 2012

lunes, 15 de octubre de 2012

jueves, 11 de octubre de 2012

uncertain fallow memory


Olvidé las palabras [...] teixera, l.leirón, poula, l.lavaza, formigueiro, l.lugar, pruida, padana. Y no sé si podré recuperarlas. Alfonso López Alfonso, El tiempo baldío, “Al otro lado”

Olivia Boudreau, Intérieur

oponer a la pertenencia a un pueblo una mirada recelosa por la advertencia de su carácter cerrado y claustrofóbico: esa que le atribuye una vida sujeta al-qué-dirán; considerar que su antídoto podría estar atrapado en otra frase hecha como ande-yo-caliente,-ríase-la-gente. en consecuencia, dudar al asociar la segunda frase con lo urbano aunque solo sea desde el punto de vista conceptual pero incluso: una ciudad se puede considerar como núcleo que se atomiza en distritos, barrios, bloques (atomización más notoria cuanto mayor es su tamaño) y en ellos puede perfectamente la vida estar sujeta al-que-dirán, dotada del carácter cerrado y claustrofóbico inicialmente presupuesto a un pueblo.

Así que estoy tentado a decir que, en el fondo, lo único que diferencia la ciudad del campo es el grado de intimidad con que se hacen las cosas. Estoy tentado a decirlo y no lo digo porque sé, quizá porque lo he leído en alguna parte, que en las grandes ciudades se puede llorar por la calle en perfecta intimidad.
Alfonso López Alfonso, El tiempo baldío, “En soledad”

Robert Ridgway, Color Standards and Color Nomenclature


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en cierto sentido, El tiempo baldío puede funcionar como contrapunto a La ciudad infinita pero solo considerando sus contextos, porque lo mismo da que el autor rastree imágenes rurales o urbanas si el objeto es encaminarse al encuentro consigo mismo tras las propias raíces, rescatando ramificaciones. a nivel general, sin embargo, la voz de El tiempo baldío estaría más próxima a la de La familia de mi padre con la diferencia de que en El tiempo baldío ésta se quiebra en el último relato: una sucesión de tópicos prescindible que, superado el desconcierto inicial, resta confianza y hasta credulidad a todo el texto precedente, deslegitimándolo. es más, cuando finalizamos el libro, la voz ha perdido su tono diferencial modulándose como ejercicio escolar cuya ficcionalidad resulta devastadora para la unidad de la obra.

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Yael Davids

a fin de cuentas, da igual. se me quita el mal sabor de boca con el trazado inconsciente de una ruta retrospectiva de lectura dirigida, siguiendo un criterio literario, a Memorias dun neno labrego vía Fisteus era un mundo.

El caso es que siempre acabo volviendo a lo mismo, [...] a todas aquellas palabras que tengo que esforzarme para recordar: tarriel.lu, cul.lada, fonte, val.le, mata queimada... Al final, a solas, siempre vuelvo a las palabras matadas por el tiempo y la mala memoria.
Alfonso López Alfonso, El tiempo baldío, “En soledad”

y en realidad, mirar atrás es atravesar las pupilas de Vacas y retroceder hasta A marela taravela donde unas merceditas enfangadas impregnan de olor lejanas imágenes de ingenuo bucolismo Palcolor

cuatro de cuarenta y nueve

si busco en mi memoria esa útlima fortaleza del alma, encuentro rostros detrás de los nombres.
Pilar García Elegido, Confluencias

miércoles, 10 de octubre de 2012

tres de cuarenta y nueve

Tarde o temprano tendremos que reconocer que somos intersección de conjuntos, en lugar de aferrarnos a una identidad excluyente. Será preciso asumir la complejidad de nuestra historia, contrapesar valores financieros con valores culturales, restituir su sentido más noble a la palabra especulación.
Santiago Auserón, “La deuda griega

martes, 9 de octubre de 2012

dos de cuarenta y nueve

Toda yo bajo las reminiscencias de tus ojos.
Quiero destruir la picazón de tus pestañas.
Alejandra Pizarnik, “Lejanía

lunes, 8 de octubre de 2012

una de cuarenta y nueve

Mientras recorre las mesas y estanterías de la librería, el lector compara nombres y títulos, contrasta opiniones propias con otras escuchadas aquí y allí, hace apuestas y formula hipótesis, evoca lecturas previas, palpa texturas y formatos, asocia marcas, símbolos y colores; sobre todo, descarta, rechaza, olvida hasta que, al fin, elige.
Antonio Ramírez, “Un lugar para la librería que viene