leer
Papeles falsos más que como una continuación natural de
El tiempo baldío, como prolongación de
La ciudad infinita, arraigada en el flujo de
Marca de agua y sintiendo la voz de Valeria Luiselli vibrar en las cuerdas vocales, con la sensación de deslizarse por una
superficie continua
En su libro sobre Venecia, Marca de agua, Brodsky escribe: «Por naturaleza inanimados, los espejos de los cuartos de hotel son aún más opacos a fuerza de haber visto a tantos. Lo que te devuelven no es tu identidad, sino tu anonimato.» Valeria Luiselli, Papeles falsos, “La habitación y media de Joseph Brodsky”
*
sin embargo, la lectura de
Una habitación desordenada, que se le superpone
con cierta precipitación ansiosa, supone un debilitamiento de esa sensación física vinculada a
la articulación de la palabra, sin que ello suponga dejar de sentir afinidad con
ciertos gestos, tonos y su objeto de escritura (en particular los del ensayo “
Anatomía del disperso” pero sobre todo los de “
Una habitación desordenada”)
al fin, tanto la obra de
Valeria Luiselli como la de
Vivian Abenshushan se manifiestan con una integridad contundente que las desmarca del
desliz final de la de
Alfonso López Alfonso
Aprenderíamos a sondear más hondo en nosotros mismos -continúa- mirándonos de vez en cuando en los espejos de un baño ajeno, lavándonos la cabeza con otro champú, o colocando la cara, alguna noche, en la almohada de otra persona. Valeria Luiselli, Papeles falsos, “Otros cuartos”
en ambos casos, buen paladar transportado por los
reflejos casuales en
esos opacados espejos de baños ajenos en los que repara Brodsky y que nos acerca Valeria, que nos hacen
percibir como ganancia personal ese anonimato,
disolvente de la supuesta
identidad propia, al igual que el recorrido de avatar en avatar por el que Leos Carax conduce
al protagonista de
Holy Motors, perfilado de poliédrica ambigüedad, asomado al abismo al que se precipitan las fronteras entre realidad y ficción o entre géneros cinematográficos; diluida cualquier jerarquía entre imágenes
Pero, en realidad, ¿quién es Oscar? [...] ¿Un actor? Quizás. En ese caso sería un actor ya cansado de su trabajo, alguien totalmente descreído, al que le resulta difícil trabajar ante unas cámaras invisibles “que se volvieron más pequeñas que nuestras cabezas”. Los signos de la representación se han borrado y solo queda “la belleza del gesto”, el acto puro de interpretar (para Oscar) o de filmar (para Carax). Piccoli duda: “¿La belleza? Dicen que todo depende del cristal con que se mire”. Oscar: “¿Y si no queda ningún espectador que pueda mirar?” También podemos considerar que todo es una representación, siempre y cuando aceptemos que, más allá de Céline o del personaje de Piccoli, existe algún otro espectador, alguien que mire y que sea susceptible de ver la belleza de las interpretaciones de Oscar y de los demás actores. Holy Motors dibuja un mundo separado en dos bandos, los actores y los condenados a ser una única persona. Jaime Pena, “El espectro del cine”, Caiman Cuadernos de Cine, noviembre 2012, nº 10 (61)
proximidad al planteamiento de
En la casa (
François Ozon) donde los diálogos que con
prudente distancia comienzan a urdir el guion, devienen
hilos perversos que, al
tensionar, imbrican lo real con la creación
abismando a la trama la vida del que, descuidado, se creía un paso atrás