ah,
la Navidad: ya está
aquí
la Navidad
me choca el punto de nostalgia de
Marta Peirano no por su convencimiento
à la Proust sino porque destila un sentir
random RANDOM cuando la saborea o será porque estoy más cerca de lo que dice
Juana Fernández cuando se cuestiona la carga de
home que se le otorga a la palabra
casa (léase
house) en estas fechas, condicionada por un
slogan publicitario de
esa marca de turrón con nombre de árbol que los más jóvenes no recordaréis: «Es una de las
marcas emblemáticas de turrón posicionada como especialista en almendra, de calidad superior, y con una alta notoriedad debido al lema de sus
campañas publicitarias desde 1974 -“
Vuelve a casa por Navidad ”-,...».
pero mi yo nostálgico adopta una posición más incómoda (contradictoria): es algo que podríamos nombrar como el arrebato Duras
Cada final de verano parezco una idiota que no comprende lo que ha ocurrido, aunque sí comprende que es demasiado tarde para vivirlo. Si hay algo que sé hacer es mirar el mar, poca gente ha escrito sobre el mar como lo he hecho yo en El verano del 80. Así es: el mar en
El verano del 80 es lo que no he vivido, es lo que deposité en un libro porque no habría podido vivirlo. Este paso del tiempo siempre ha sido igual toda mi vida. Durante toda mi vida.
Marguerite Duras, La vida material
de Sara Navas; ella lo explica así: «Lo que más me gusta de la Navidad es que se acaba. También que sé que el año que viene volverá.» dándole un punto absolut Nagori y trayendo el momento verano del 80 de MD a Navidad. por mi parte, yo adoptaría el título del artículo de Laura Fernández Feliz irrealidad como santo y seña de la temporada: dramática, en cualquier sentido de la palabra: «..., porque de lo que se trata es de creer en cualquier cosa que nos aleje de la realidad durante un tiempo, y fingir que todo está siendo distinto, y tomar, por qué no, conciencia de nuestro poder para alterar el orden, cualquier orden.» y escucharía a Rodrigo García para terminar con el verdadero drama impostado, con la auténtica Angélica en tono confesional comentando un suceso de hace 25 años, el día siguiente a Reyes
Tales improperios, a la larga, resultaron más degradantes sin duda para el que los arrojó que para mi persona. Pero dolió, dolió. Es una de las propiedades de la palabra: el doler. También duelen los insultos de un cerdo, incluso el rechazo de un cabrón duele. Duele. Fue doloroso. Me hizo llorar. Yo era pobre como las ratas en ese momento y me hizo llorar. Publicó la infamia el 7 de enero de 2000, y la republicó en su blog el 13 de febrero de 2012, cinco meses antes de entregar su último, alcohólico y putrefacto aliento, como si no quisiera morirse sin legar sus insultos a la eternidad digital.
Angélica Liddell, Caridad